El creciente pero recurrente caso de mujeres internadas en hospitales públicos a causa de un aborto “mal realizado” y su posterior arresto, nos coloca nuevamente frente a una cuestión polémica, es cierto que quizás incómoda, pero no menos urgente en lo que se refiere a derechos humanos y sexualidad.
Hablar sobre aborto no debe implicar de forma necesaria esgrimir números: unos hablando de los miles de casos que afectan a tantos miles de mujeres y otros minimizando tal situación. Un problema de derechos no debe basarse en la fuerza del número (y mucho menos de la mayoría). En la medida que el derecho de una sola persona sea mancillado, es una cuestión pública. No existen cientos de personas torturadas (por lo menos hoy…) pero nadie cuestiona, seriamente claro, el derecho a no ser torturado.
Es verdad, que puede discutirse si el viejo lema feminista “este cuerpo es mío” y por ende, la decisión sobre la maternidad es una cuestión privada que pudiera afectar otros derechos como los que la ley reconoce a un supuesto ser existente desde la concepción. Evidentemente hay dos posiciones en conflicto y, por lo menos, ambas deberían sopesarse a la hora de legislar y sobretodo a la hora de “castigar”.
El caso de María como el de tantas otras que vemos aparecer recurrentemente en los diarios (y de las que anónimamente mueren desangradas) nos debería llamar a la reflexión y si esto es muy difícil, por lo menos, a la caridad cristiana.
No podemos jamás colocarnos en la mente de una mujer que decide interrumpir su embarazo. Es una decisión vital que surge del propio cuerpo y del conocimiento de sus posibilidades concretas sobre las condiciones y la oportunidad de ejercer la maternidad. Aspectos mensurables solamente por la persona, que pone en la balanza lo que gana y lo que pierde. Tampoco debemos pensar que es una decisión apresurada e irresponsable. Cualquier decisión en este sentido es producto de reflexiones más o menos racionales, e incluso de estados psíquicos de difícil comprensión, y sobretodo, estrictamente personales y “únicos”, por lo cual es absolutamente incorrecto sojuzgar sobre las intenciones o motivaciones del resto de los seres mortales.
Se puede también argumentar: “lo hubiera pensado antes de hacerlo”. Ya en ese “hacerlo” tiramos una piedra muy pesada sobre el otro. Sobretodo si no conocemos “su” historia, la trayectoria individual y única de esa persona. ¿Qué posibilidades tuvieron las Marías – démosle este hipotético nombre – de “decir que no” frente a la violencia sexual, de un familiar, un amigo, e incluso su propia pareja o marido? ¿Qué alternativas tuvieron las Marías frente a hombres que detestan cualquier medio anticonceptivo? ¿Cuál es el margen para decir que no? ¿Sin dinero ni para comer con que van a providenciar métodos anticonceptivos “seguros”? Y la pregunta quizás mas honda y frecuente: ¿con qué van alimentar esos nuevos hijos? Hechos, situaciones realidades con las cuales ellas se confrontan y en las cuales no nos colocamos, o por lo menos, insisto al ser esta una experiencia única e insustituible, no implementamos una actitud de respeto frente a lo otro. Exorcizar nuestros fantasmas implica reconocer otras experiencias diferentes de las nuestras.
Ahora también, es necesaria una reflexión de orden práctico, más allá de una posición ideológica sobre la cuestión del aborto. Leí, no sin cierta consternación, que María no sólo entró en estado grave al hospital sino que se dispuso inmediatamente su arresto… ¿Acaso sabemos quién es la víctima en este caso?
Este acto de omnipotencia del poder público sobre el cuerpo de la mujer debe hacernos pensar también sobre el acceso de las mujeres al atendimiento público. La maternidad compulsoria no facilita prácticas médicas que interrumpan el embarazo y a su vez promueve un lucrativo sistema paralelo y clandestino con dos importantes efectos. Si la mujer en cuestión posee recursos suficientes, conseguirá una atención médica adecuada, pero si la mujer no los tiene caerá en manos de “aborteras” de entrecasa con los consabidos riesgos no sólo para su salud sino incluso para su vida.
Pero si en este último caso, la mujer debe recurrir al hospital público y éste da parte a la justicia y dicha mujer es “puesta bajo arresto”, entonces señores, estamos promoviendo lisa y llanamente el “desangramiento” de estas mujeres. Pues si la mujer a la que le fue realizada una mala praxis abortiva no tiene posibilidad de recurrir al hospital público sin ser arrestada, simplemente también dejará en manos “caseras”, su cura, con lo cual su condena a muerte está decretada.
Cuando pienso en esta situación no deja de venir a mi mente un flash de las mujeres en los sistemas islámicos fundamentalistas, que sólo pueden ser atendidas por médicas mujeres y que como también las mujeres difícilmente puedan estudiar y llegar a ser médicas, se ven atrapadas sin posibilidad de atención médica y condenadas muchas veces a muerte.
En definitiva, como tantas veces, o como casi siempre, la víctima principal son las mujeres pobres, que muchas veces no tienen voz, que actúan y deciden como pueden y que la mayoría de las veces no pueden “decir que no” (y que muchas veces “no quieren decir no”, pero eso es tema para otra discusión).
Carlos Eduardo Figari
Discussion
No comments yet.